viernes, 22 de octubre de 2010

Mauricio Vargas Ortega: crónica de un festival de poesía


IX Festival Internacional de Poesía de El Salvador 2010


El lunes 4 de octubre a las 11 pm. llegué a la ciudad de San Salvador, con un día de retraso. Invitado al IX Festival Internacional de Poesía de El Salvador 2010, debía llegar el domingo 3 en la noche. Un problema con mi pasaporte estuvo a punto de frustrar este viaje en el que deposité, desde el principio, muchas esperanzas.

En la terminal me esperaba calurosamente Jorge Antonio Orellana, de quien había recibido la invitación al Festival y mantenido comunicación virtual desde el principio. En el carro estaban Nick Mahomar, miembro de la Fundación Poetas de El Salvador e Israel Colina, poeta y cantante venezolano, compañero con el que compartí casi todos los recitales durante el Festival. Había perdido el recorrido mañanero por el centro de San Salvador y la inauguración. Ahí me encontraría con la poeta salvadoreña Krisma Mancía, con la que había tenido ya comunicación a través de correo electrónico. Fue mi gran amigo, el poeta Gustavo Solórzano Alfaro, quien me contactó con ella y otros dos poetas locales: Alberto López y William Alfaro. No obstante la alegría de estar en El Salvador pese a todos los inconvenientes, lamenté mucho el desencuentro con Krisma. El viernes 8, último día del Festival, entendería la razón.   

Al llegar al hotel Novo, me encontré de nuevo con mi compatriota y amigo Florencio Quesada Vanegas, gran poeta liberiano con el cual debí viajar el domingo. Florencio se sorprendió al verme llegar, pero fue más su alegría. En San José me había pedido que hiciera todo lo posible por resolver el problema, ya que no quería estar solo en El Salvador. Sin embargo, Florencio no estaría solo en ningún lugar del mundo. Con su humor (típicamente costarricense), su simpatía, su calidez, pero sobre todo con su sinceridad, fue el alma del grupo. Estoy seguro de que Florencio colaboró en gran medida para lograr ese ambiente de unión y hermandad que vivimos durante esa semana.

Luego de saludar con un abrazo a mi compatriota y dar la mano a algunos de los poetas que se encontraban en la recepción del hotel, fui llevado a mi habitación. Después de ordenar mis cosas, de instalarme venciendo esa resistencia mía tan pueblerina a entregarme a un espacio distinto, me acosté a dormir. Era ya otro día: martes 5 de octubre.

A las 6:30 am. me encontré con Florencio para desayunar. Compartimos la mesa con los dos representantes de Guatemala: Silvia Pérez Cruz y Manuel Arriola Retolaza. La conversación fue interesante, esclarecedora. Aquella mañana se mostraba como un magnífico augurio. Después de tres semanas de lluvias incesantes en Costa Rica y el resto de Centroamérica, el sol me había acompañado fielmente durante todo el viaje: Costa Rica, Nicaragua, Honduras y, por fin, El Salvador. El sol seguía ahí, en un cielo maravillosamente azul, como ese sombrero mítico de la nostalgia y la alegría.

A las nueve estábamos todos en la recepción del hotel. Seríamos dividimos en cuatro grupos para leer en diferentes centros educativos de la capital. Mi destino me llevó al Centro Escolar España. A mi lado: Silvia Cuevas Morales (Australia); Esther Trujillo García (Cuba); Jorge Etcheverry (Canadá); Manuel Tiberio Bermúdez (Colombia); Israel Colina (Venezuela), quien sustituyó en este grupo al único de los invitados que no pudo estar con nosotros, Cristian Claudio Casadey Jarai, de Argentina. No pudimos tener un recibimiento mejor.

Como poeta entiendo que se escribe justamente por la nostalgia de lo intransferible. No escribimos para descifrar el misterio de la noche. Bordeamos la noche con la palabra, puente siempre inapropiado. Este texto a la distancia, esta nostalgia delineada con palabras, intenta ser un pálido sustituto de mi encuentro con el pueblo de El Salvador.

En la tarde compartimos con los muchachos del Instituto Nacional Técnico Industrial. Tuve la oportunidad de conocer a otros poetas: Henrik Nilsson (Suecia); Jimmy Javier Obando (Nicaragua); Marcos Rodríguez-Frese (Puerto Rico). Continuaron a mi lado Manuel Tiberio Bermúdez e Israel Colina.

Regresar al hotel con una sensación de aturdimiento, de no haber asimilado tantas y diversas emociones. Nunca había experimentado algo similar: el aplauso, el reconocimiento, la cercanía. Y todo aquello intangible, lo que no puede ser explicado, lo real de toda esta aventura. Encontrarse tan a gusto con personas que acabábamos de conocer; la simpatía a flor de piel, natural, auténtica. Escuchar poetas de diferentes países, algunos tan lejanos geográficamente, otros tan cercanos y tan lejanos a la vez. Esa sensación de reconocimiento en la palabra del otro y la certeza de cercanía que empezaba a materializarse.                           

Miércoles 6 de octubre, los poetas rumbo a Usulután, uno de los principales focos de la resistencia en época de guerra. Zona cafetera que terminó hiriéndome de nostalgia. Reconocí cada cafetal y cada pueblo, cada mirada, todas las sonrisas. Entendí, esta vez en la piel, lo absurdas que son las fronteras.

Escoltados por un carro de policía llegamos al hermoso pueblo de San Agustín. Se nos dijo que aquella compañía no era más que una formalidad. Intuíamos que no era así. Imagino que no es tan fácil borrar las heridas de la guerra, la violencia, el abandono; como un cáncer sigue consumiendo las venas y las almas. Lo sorprendente, sin embargo, fue encontrar tanto brillo en los ojos, tanta cordialidad, tanto agradecimiento en un pueblo masacrado por la guerra, los terremotos y la indiferencia. Estoy seguro de que para todos nosotros será imposible olvidar el dolorido pueblo de San Agustín, heroico.

Por lo que se nos dijo sería un atajo, partimos hacia Alegría. El camino era rural, barroso. Si no hubiéramos tenido la suerte de aquella semana soleada, sin asomo de lluvia ni tormentas, posiblemente no hubiésemos podido transitar por aquellas hermosas soledades. El carro de policía siempre adelante, para recordarnos que hay una realidad cruda y brutal en nuestros pueblos, que no habría que escarbar mucho para encontrar escombros, sangres y huesos.

Al llegar a Alegría tuve, por fin, la certeza de estar en otro país. No recuerdo en Costa Rica un pueblo como aquel: las calles en picada, las casas humildes pero limpias y orgullosas; los muros y los postes de luz pintados con los más vivos colores. El hermoso parque donde nos esperaban para recitar, con la sonrisa y la sinceridad de siempre, el hermoso pueblo de El Salvador. Recibidos con bailes, canciones y aplausos, fuimos despedidos quizás con la nostalgia de lo poco común de estos encuentros. La tímida queja, que escuché en otros sitios, de no conocer con anterioridad sobre estos Festivales que cumplen ya nueve años de existencia. Queja que, más que un reproche, parece ser una petición: “Vuelvan. Los estaremos esperando.”

El largo viaje de regreso y el calor de nuestros cuerpos, que contrastaba con el frío de la tarde que se convierte en noche. Las conversaciones amenas, cada vez más íntimas, cada vez más sinceras. Imposible permanecer distantes después de compartir aquel viaje iniciático, aquel regreso a nosotros mismos, a lo que somos, seremos y podríamos llegar a ser.

En este inolvidable viaje tuve el honor de leer al lado de: Manuel Arriola (Guatemala); Francesco Manna (Italia); Silvia Cuevas (Australia); Edgardo López (Puerto Rico); Rina Tapia de Guzmán (Bolivia); Francoise Roy (Canadá), Israel Colina (Venezuela); Bessy Reyna (Estados Unidos); Jorge Etcheverry (Canadá); Luis Ernesto Gómez (Venezuela); Marcos Rodríguez-Frese (Puerto Rico); Manuel Tiberio Bermúdez (Colombia) y Waldina Mejía Medina (Honduras). 

Esa noche Henrik Nilsson, Jimmy Obando y yo nos veríamos con el poeta salvadoreño Alberto López Serrano en Los Tacos de Paco, importante lugar de encuentro de la poesía en San Salvador. Henrik nos había propuesto que nos reuniéramos para dialogar sobre algunos aspectos relacionados con la situación de Centroamérica, su literatura y nuestra realidad como creadores. Él publicaría un artículo al respecto en alguna revista o periódico de su país. Llegamos tarde y cansados de Usulután, así que fue Alberto quien llegó al hotel una vez terminado el evento en Los Tacos de Paco.

Fue muy agradable comprobar que compartimos tantas cosas: los mismos obstáculos, las mismas necesidades, las mismas esperanzas. Hablamos de la importancia de los Festivales, de los encuentros que nos permiten conocernos, contactarnos, pero estuvimos de acuerdo en que es hora de dar otro paso. Debemos sentarnos a conversar, a discutir sobre los problemas que como escritores y seres humanos nos competen. Es hora de leernos, de publicarnos, de dialogar. Hemos permanecido ya mucho tiempo aislados. Pero para que esto suceda, tendríamos que lograr un diálogo interno, en nuestros países, donde el ambiente, en muchas ocasiones, es mezquino y excluyente.

Jueves 7 de octubre. Biblioteca Municipal Ambulante-Plaza Gerardo Barrios. Al aire libre, un público diferente. Por primera vez leí al lado de un joven poeta salvadoreño, Omar Chávez. Un policía me comentó que aquella biblioteca era frecuentada por prostitutas, indigentes, exguerrilleros, amas de casa. Mientras leíamos más personas se acercaban y se unían a esta ceremonia de la palabra. En una plaza pública, en medio de la ciudad, logramos captar la atención de niños y adultos, que de la forma más natural nos preguntaban por Roque Dalton, por la creación literaria, por ellos mismos. A mi lado: Manuel Arriola (Guatemala); Roberto Fernández Iglesias (México); Esther Trujillo García (Cuba); Marcos Rodríguez-Frese (Puerto Rico); Israel Colina (Venezuela).

Con Omar, gran representante de la poesía salvadoreña, hablamos al terminar la actividad. Ese mismo día compartí con Katheryn Rivera Mundo. Nos leímos y pude comprobar la calidad sin discusiones de la poesía escrita por los jóvenes salvadoreños. Al día siguiente, último día del Festival, leí junto a Miroslava Rosales, excelente poeta y amiga que luego nos acompañó (a mi compatriota Florencio y a mí) al centro de San Salvador: a la Catedral, al Teatro Nacional (al que no pudimos ingresar) y a una impresionante iglesia (cuyo nombre he olvidado), quizás una de las más originales del Catolicismo; joya arquitectónica que pasa inadvertida para el resto del mundo y, quizás, hasta para los mismos habitantes de San Salvador.

Una de mis mayores alegrías en este Festival, fue compartir con los jóvenes poetas locales y comprobar su generosidad y apertura para consolidar (ya es hora) un diálogo respetuoso y sano. Mi agradecimiento sincero para los colegas salvadoreños con los cuales compartí e intercambié libros: Alberto López, Omar Chávez, Miroslava Rosales, Katheryn Rivera, Vladimir Amaya, Roger Guzmán, Edgar Wilfredo Arriola, Santiago Vásquez, Andrés Castro, Herberth Cea, Manuel Ramos, Carlos Flores, Mario Zetino y Krisma Mancía. No tuve la oportunidad de conocer a Rafael Menjivar Ochoa, que leyó en la inauguración del Festival.

Viernes 8 de octubre. Último día del Festival. Nos presentamos en la Universidad Tecnológica de El Salvador. Los organizadores nos recibieron con un regalo maravilloso: el segundo tomo de las Obras Completas de Roque Dalton. Por primera vez tuve la oportunidad de leer junto a Helmut Ernesto Jerí-Pabón, de Perú. Fue un final con beso. Se dice que todo lo que empieza bien debe terminar bien. Nuestra interacción con el pueblo salvadoreño fue espontánea, cálida y sincera. Me acompañaron en la mesa, aparte de los ya mencionados (Helmut y Miroslava): Silvia Cuevas, gran amiga y compañera de muchos viajes (más aún en la memoria y los sueños); Henrik Nilsson, trotamundos al que espero recibir muy pronto en mi amada Costa Rica; Silvia Pérez Cruz, poeta de mirada tierna y sincera; Rina Tapia de Guzmán, orgullosa representante de un pueblo valeroso que aún sobrevive en su piel, su cultura, su lengua; Marcos Rodríguez-Frese, gran poeta y comedido compañero de viaje y Jorge Etcheverry, una de las voces poéticas que más hondo caló en mí.

En la noche fue la clausura por fin pude escuchar a Inés Blanco (Colombia) y al querido poeta panameño Salvador Medina Barahona. Había conversado con Salvador en varias ocasiones, hablando de la necesidad de estrechar lazos literarios y de amistad, pero nunca lo escuché recitar. Aquella última noche del Festival Salvador leyó, pero no su poesía, sino un manifiesto redactado por nuestro compañero y amigo Manuel Tiberio Bermúdez, de Colombia. Manuel, lamentablemente, tuvo que dejarnos antes de tiempo para viajar a su país. Nos hizo falta su presencia física, mas tuvimos su palabra, que todos respaldamos con nuestras firmas y deseos.

Con un cariño que creció en tan pocas horas, escuchamos la lectura de nuestros amigos: Silvia Pérez, Roberto Fernández, Helmut Jerí-Pavón, Edgardo López, Jimmy Obando, Inés Blanco y Andrés Norman Castro. Fue para mí un orgullo que Costa Rica estuviera representada en la clausura por el gran poeta y amigo Florencio Quesada Vanegas.

Tuvimos la Última Cena en un centro comercial enorme, en un restaurante mexicano. Había un poco de nostalgia en el ambiente (quizás mucha). Regresamos al hotel muy tarde. Florencio y yo apenas tendríamos un par de horas para descansar antes del largo viaje hacia Costa Rica. En la recepción del hotel nos despedimos con un abrazo de nuestros amigos, de nuestros queridos compañeros de aquel viaje que, estoy seguro, nos dejó marcados para siempre.

Gracias por una organización impecable y cálida: Paulina Aguilar de Hernández; Nick Mahomar; Jorge Orellana; Ibonny de Vilanova; María Antonieta Fontanals; Ramón Rivas; Guillermo Rivera; Alan Rodríguez; Lucía Alegría, Ana Yanci Ríos y Yamilet Ríos. Miembros y colaboradores de la Fundación Poetas de El salvador.

Gracias a todos los que ayudaron para que nos sintiéramos como en casa: conductores, personal del hotel, miembros de la Alcaldía de San Salvador, maestros, profesoras y líderes locales.

Gracias a todos los poetas salvadoreños por su cercanía y amistad. Gracias a todos los poetas con los que compartí y que llevaré en mi recuerdo por siempre.

Gracias al maravilloso pueblo de El Salvador, por recibirnos con los brazos abiertos y dejarnos tantas ganas de regresar.         

Gracias a todos por esta experiencia tan auténtica y urgente.

lunes, 18 de octubre de 2010

Actividades literarias de esta semana


Presentación del libro La madriguera,
de Rodolfo Arias Formoso

Día: martes 19 de octubre
Hora: 7:00 p.m.
Lugar: Instituto de México

Con la participación de María Montero, Manuel Bermúdez y Carlos Porras


 presenta

Ciclo de Lecturas de Poesía
Perturbaciones de Una Generación Buscada 3


David Cruz, Cristina Ramírez y Klaus Steinmetz
Presenta: Rodrigo Soto

Día: jueves 21 de octubre
Hora: 7:00 p.m.
Lugar: Instituto México

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