sábado, 6 de marzo de 2010

Donde se discute sobre cultura escrita, la tecnología y otros asuntos no menos curiosos


Eduardo Valverde
Muchacha Recostada

“Hay una ilusión que debe ser disipada –dice Roger Chartier en un libro suyo de conversaciones–, la ilusión de que un texto es el mismo texto aunque cambie de forma… la forma contribuye al sentido”(1).

Los hábitos, tanto de escritura como de lectura, se ven modificados, reacomodados y resignificados según la forma o el soporte que sustenta los textos que escribimos y leemos. La materialidad del texto contiene en sí misma una carga simbólica determinada por las funciones que las formas y prácticas socio-culturales le otorgan.

No es lo mismo un libro que un periódico o un blog, por ejemplo. Las maneras en que los textos son llevados al lector, sus técnicas de producción y distribución –que responden a épocas y sociedades circunscritas por particularidades históricas– son registros que hablan también de experiencias y configuraciones sociales. Cada soporte de un texto responde a una lógica intrínseca a esta forma. Decía Borges que escribir para el periódico era escribir para el olvido. Pues eso, en el periódico se da la lógica de lo efímero, de lo coyuntural, en casa tenemos bibliotecas más no hemerotecas, nadie almacena periódicos para releerlos después, pero libros sí, y hasta los sacudimos de vez en cuando; así, las formas de lectura varían también.

Lo usual, hasta hace relativamente pocos años, era la lectura en voz alta(2); un lector que leía para un corro de oyentes. Esto incide en las formas de sociabilidad, a su vez que estas inciden en la forma de lectura y la manera de apropiarse de los textos. Por otro lado, la lectura en silencio y en un ámbito privado e íntimo como práctica generalizada  es algo muy reciente en la historia de la humanidad, posibilitado en parte por  los avances técnicos en imprenta –abaratamiento de costos–, la proliferación de periódicos, la disminución del analfabetismo, etc. Alrededor de estos procesos recientes es que se constituye la llamada esfera pública, que no es otra cosa que un acercamiento a la utopía del proyecto de la ilustración: una sociedad en que un individuo racional genera una opinión propia en un ámbito privado y la contrasta  públicamente con sus pares (los alcances reales de esto son ciento por ciento discutibles). En resumen, todos estos cambios han ido constituyendo muchos de los conceptos e ideas que ahora, en la práctica cotidiana, damos por sentados y creemos que han sido siempre así: libro, autor, lectura-escritura, literatura, editor, medios de comunicación.

Todas estas consideraciones hay que tomarlas en cuenta a la hora de cuestionarnos la forma en que nos desenvolvemos en este “universo” virtual de los blogs y de las redes sociales en Internet. En mi caso, y creo que a muchos nos pasa, uso el blog como si escribiera en un papel, o en un procesador de palabras con el fin último de imprimir  los textos para dárselos a los amigos y que se mueran del aburrimiento. Lo hacemos así, sin percatarnos de que en realidad la dinámica ha variado sustancialmente y esto justamente porque el soporte de los textos ha variado. Ahora mis amigos pueden leerme –o no– cuando les venga en gana y no cuando yo los importune con un papelito tachonado. Todas estas sutilezas inciden: los tachones, los cambios de palabras, la eliminación de párrafos evidentes en un manuscrito o en una impresión de Epson Stylus corregida ahora quedan ocultas; para bien o para mal, lo cierto es que las formas de relacionarse con el texto y las personas que escriben y que leen varían objetivamente. Insistiendo en mi experiencia personal, yo soy uno de los más quedaditos en este universo de los internautas, no soy un gran lector de páginas de Internet, diversifico más mis lecturas en las librerías que en la pantalla, es decir, utilizo esta herramienta con la mentalidad de un tipo más de fin de siglo que de principios. Esa es mi condición. No es que me resista, es que así se me da.


La forma en que nos acercamos a las innovaciones tecnológicas está sin duda atravesada por las prácticas previas, inclusive el diseño y la terminología con que estas son impulsadas remiten a lo conocido (pienso en el llamado “libro” electrónico). Los blogs siguen, bien que mal, manteniendo un formato más cercano al del procesador de textos, aunque sus funciones y fines sean otros nos sigue resultando familiar. Por otro lado está Facebook, cuyo nombre remite también al mundo del libro y lo acerca de alguna manera más al tema de la identidad personal: un libro con rostro, ¿de quién?, pues el propio. Sin embargo el formato, las aplicaciones y formas de desenvolverse y comunicarse en Facebook tienen poco que ver con lo libresco como lo conocemos, y requiere de ciertas habilidades propias del mundo virtual. Yo no me siento a gusto en Facebook, aunque tengo mi cuenta no entiendo sus códigos y me comunico torpemente en él.

En todo caso, lo interesante de estos espacios es que siguen siendo cotos que se le escabullen a la censura externa y los caprichos de la persona gozan de buena salud,  aunque sin duda, las “comunidades” virtuales que se van forjando elaboran a su vez mecanismos de control social intrínsecos a estas, cuyos alcances y dinámicas aún están por verse. Lo cierto es que la manera en que se regulan y mantienen estos espacios es un misterio. Cada uno responde a los lineamientos de quien lo sustenta, este es tanto autor, como editor y divulgador, de lo que ahí se publica (otro cambio importante y que suele pasar desapercibido, en las maneras “tradicionales” de la cultura escrita) en el entendido de que estas manifestaciones no dejan de ser manifestaciones sociales y como tales afectan y son afectadas por el entorno socio-histórico en el que se producen. Ahora bien, si nos preguntamos qué tanto nos acercan estos nuevos medios tecnológicos a la utopía ilustrada, donde el individuo pueda construirse una opinión propia y tenga los medios y capacidades para exponerla en un ámbito público, quizá la respuesta no sea del todo feliz, porque si bien es cierto en Internet se crean comunidades de interés con sus códigos y reglas propias, estas suelen permanecer desvinculadas e ignorantes de las otras. Es decir, al soporte tecnológico hay un tipo de sociedad que lo soporta.

Notas

(1) Roger Chartier, Cultura escrita, literatura e historia, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 208.

(2) Sobre el desarrollo de la cultura impresa en Costa Rica desde una perspectiva histórica pueden verse los trabajos de Iván Molina El que quiera divertirse. Libros y sociedad en Costa Rica (1750-1914), EUCR, 1995; La estela de la pluma. Cultura impresa e intelectuales en Centroamérica durante los siglos XIX y XX, EUNA, 2004.

5 comentarios:

Gustavo Solórzano-Alfaro dijo...

Diría Alexánder Obando: "más de 90 horas y ni un solo comentario. Esto nos retrata de pies a cabeza".

Dos observaciones: el medio modifica la manera de entender el mensaje. La idea de que eso depende del uso que el sujeto haga del medio es una ilusión. La idea sujeto-objeto es una ilusión.

Ahora bien, si usamos los blogs, como afirma el autor, con el fin de dar a conocer un texto y recibir algunos comentarios, difícilmente saldremos de la situación usual en la que unos pocos tienen acceso al texto. Igual que un recital con tres gatos. Sin embargo, a pesar de cierta rigidez porpia de la bloguesfera, sí se establece una dinámica distinta cuando buscamos interactuar, intercambiar, discutir, opinar y reflexionar más allá de nuestros egos y nuestros propios textos. Cuando diversificamos la propuesta y el blog se convierte en "revista" o "periódico": las voces se expanden y el canto de las sirenas llega a más personas. Creo que esa es la ventaja de los blogs. Creo que esa es la parte que debemos explotar.

Gracias a Eduardo por esta colaboración.

Saludos

Pelele dijo...

Claro, pero se trata más bien del uso o función social que se le da a los objetos culturales. Por ejemplo, en la edad media con un modelo monástico, lo escrito tiene una función de "conservación" del conocimiento, o la memoria o inclusive, la palabra de Dios. Es una escritura sin lectura. Luego, con la creación de las escuelas y universidades, la práctica de lectura se convierte en un ejercicio intelectual y así también la escritura de textos. Nacen al mundo los lectores, por hacer una exageración. A eso me refería con que el uso que se le da al objeto, como sujeto condicionado socialmente, influye en el sentido. CLaro, esto importa en la larga duración, ya no tanto en lo sociológico inmediato.

Con estos "prejuicios" usamos (uso) y le damos una función al blog y por eso, como decís, la cosa no se mueve.

Laura dijo...

Es que dijiste tan bien todos tus pensamientos que dejaste poco al aporte ulterior...;)
Sin embargo, yo creo que el soporte tecnológico influye en la manera en que abordamos el texto, pero con sus límites. Hay un punto en que el texto es como es de forma independiente al soporte. Me explico: un poema puede leerse de forma diferente si lo encuentras en un sitio de discusión a si lo encuentras en un libro impreso, si viene acompañado de música o si es recitado en público. Pero al final, siempre será el mismo poema y ya no podrás ir más allá de él, a menos, claro está, que lo destruyas. En cierto punto, el texto está completo y está redondeado. Y ese es el que al final se expone al lector.

Gustavo Solórzano-Alfaro dijo...

Laura: bienvenida.

Lo de la falta de comentarios era solo una broma "local".

Comprendo lo que señalás, pero precisamente el argumento que ha planteado Eduardo, y que yo apoyo, es que el medio o el soporte sí afecta el sentido. Esto podria sustentarse también en la teoría de la recepción: autor-texto-lector. En esa tríada se tejen relaciones con una serie de variables, empezando por el contexto.

Barthes, por ejemplo, invierte la fórmula de que un texto es inmortal porque le dice lo mismo a todos los seres humanos de todos los tiempos, y dice que un texto es inmortal porque dice cosas diferentes al mismo ser humano.

No será lo mismo ponerse a desplegar un codice que leer en un e-book.

Saludos y gracias por tu visita

Anónimo dijo...

hola, Chicos, Muy buen material.